Había una pequeña capilla a la que solía acudir cuando vivía en Colón. Quedaba enfrente de mi casa.
Me encantaba porque celebraban misa a las seis de la mañana y podía asistir antes de ir al colegio.
Cruzaba la calle simplemente, y la felicidad inundaba mi alma de niño.
Sabía con certeza que Jesús estaba allí. Esto era algo que sobrecogía el alma. Una de las cosas que más me gustaban, además de esto, era que estaba seguro de que María también se encontraba en la capilla. Y que al visitar a Jesús, podía también visitar a su madre.
Disfrutaba mucho pensando en ello. Recuerdo la banca donde me sentaba y desde allí me maravillaba ante estos misterios.
Hace poco he vuelto a Colón y visité la capilla. Entré como un hombre, pero a medida que caminaba, me hacía otra vez un niño. Y me senté en la misma banca, como el niño Claudio que solía ir a visitar a Jesús.
Es una gracia que Jesús nos mire como niños, pensé. Por eso le dije, «Déjame tener nuevamente el corazón puro, del niño aquél que se sentaba en esta banca y cuya alegría mayor era estar contigo. Jesús, cuando me mires, mírame como a un niño».
Fue una hermosa experiencia. Volver a estar ante Jesús sin complicaciones, hablarnos con ternura, tener la certeza de que me escuchaba, que estaba allí, esperándome a través de los años.
Tengo la costumbre de salir de paseo con mis hijos. Han crecido. Hace apenas unas semanas que lo comprendí. Cuando vamos a salir de algún lugar suelo decirles, «vamos niños». Pero la última vez que lo hice, los miré y pensé, ya no son niños. Y asombrado me dije, «desde hoy tendré que decirles, «vamos muchachos». Pero para mí siguen siendo niños.
Sólo niños…
Hoy encontré una reflexión del Cardenal Roger Etchegaray. Me encantó porque revivió mi experiencia. Nunca dejamos de ser niños a los ojos de nuestra madre.
«Quién es el más grande en el reino de los cielos? Llamando a un niño, Jesús lo puso entre ellos y dijo: ‘El que se haga pequeño como este niño, ese será el más grande en el reino de los cielos’» (Mateo 18,1-5) Así, cuando le preguntan por lo grande, Jesús responde con lo pequeño.
Pero, ¿quién puede ayudarnos a hacernos como niños, si no es María, madre de Dios y madre de los hombres? Sea cual sea nuestra edad, ante nuestra madre nos hacemos, o más bien, nunca dejamos de ser pequeños»
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