El domingo pasado el Papa Francisco les dijo en el Ángelus a los niños (y, como diría “Cachirulo”, a los papás de los niños, y a los papás de los papás de los niños): “Estamos muy ocupados con todos los preparativos, con los regalos y las cosas que pasan (en la Navidad). ¡Pero preguntémonos qué debemos hacer por Jesús y por los demás! ¿Qué debemos hacer?”.
Decididamente, el Papa es un “aguafiestas”. ¿Cómo se le ocurre en estos tiempos del consumo y del “relax” pedirnos que nos ocupemos de los asuntos de los demás y de las exigencias de Jesús? Sí, claro, celebramos su Nacimiento, pero lo celebramos en grande. ¿O qué, el Papa no entiende que llevamos dos años de pandemia; que ya estuvo bueno de encierros, tapabocas, distancia social y semáforos?
Por fortuna, Francisco no se anda por las ramas. Y nos interpela. ¿Qué debemos hacer? En múltiples ocasiones nos lo ha dicho: dejar de mirarnos al espejo. El que se mira a sí mismo termina haciendo su mundo tan pequeñito que solamente cabe él. Hay que escuchar, acompañar, integrar al otro. Al otro que tiene más necesidad que yo de ser escuchado, acompañado, integrado.
Una Navidad distinta se inspira en la sencillez del pesebre. Y en la conversión del corazón. Solamente yendo más allá de nuestro metro cuadrado, el Niño Jesús tendrá una posada digna y un refugio contra el frío del olvido.
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