Configurarnos con Cristo
San Pablo nos exhorta: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo (Fil. 2,5). Para esto es importante tener los ojos fijos en Nuestro Señor Jesucristo y ver cómo Él se comportaba en todos los órdenes de la vida, sacando muchos propósitos prácticos:
Nuestros propósitos a la luz de la vida de Cristo
En su relación conmigo: pensar ¿cómo me mira Dios? Se trata de ver mi vida a la luz de Jesucristo, y ver cómo Él siempre usó de misericordia y ver cómo estuvo siempre presente enseñándome, ayudándome, etc. Yo debo usar la misma misericordia en los juicios conmigo mismo y con los demás.
En su mirada: siempre pura, incluso mortificándola al tener que ver a sus verdugos, el aceptar que lo vendaran. También yo debo mortificarla como Él. Mirada de compasión y no de codicia. Debo pedir la gracia de entristecerme cuando vea a alguna persona que se aparta de Dios y alegrarme cuando vea que alguien se acerca a Él.
En sus pensamientos, deseos e intenciones: siempre deseando hacer el bien a los demás. Nunca utilizó su poder para provecho propio, o para sacar alguna ventaja, sus intenciones eran rectas: la gloria de Dios y nuestra salvación (nunca hubo nada en Él que vaya en detrimento de esto). Todo lo aprovechaba de la mejor manera para salvar. Mis pensamientos y deseos deben ser de querer ver feliz a Cristo y de querer verlo formado en las almas.
En sus palabras: Siempre amable, dando consejos, hablando cosas constructivas, corrigiendo al que se equivoca, jamás se escuchó una queja o una palabra subida de tono. Siempre alentando al abatido. Me esforzaré por imitarlo.
En el respeto hacia los demás: Cristo nunca rechazó a nadie que lo buscaba con sinceridad, a todos atendía y escuchaba. Daré de mi tiempo al que lo necesite sin quejarme de la falta del mismo.
En sus gestos y modales: nunca se vio una grosería, fue amable con todos. ¿Cómo son mis gestos? ¿Soy amable?
En su preferencia por las almas: en sus milagros, Cristo, curaba a personas que habían pasado muchos años permaneciendo enfermas. En esto se ve que Él tenía una preferencia por los más necesitados y los que más sufren. También yo debo tener esa misma preferencia.
En su trabajo: durante treinta años estuvo trabajando haciéndolo con perfección, y como enviado de Dios no tenia tiempo ni para descansar. Yo debo trabajar como Cristo.
En su apostolado: fue siempre generoso, nunca se quejó del cansancio. ¡Cuántas veces me quejo por cosas sin sentido!
En su alegría y buen humor: Jesucristo tenía un gran sentido del humor. Humor que no tenía doble sentido ni era chabacano, sino sencillo y puro. También yo puedo alegrarme de la misma manera.
En su dolor: siempre guardó una gran serenidad, fue dueño de sí. Sabía padecer con provecho ofreciéndolo por los pecadores. También yo puedo ofrecer mis sufrimientos sin quejarme, para imitar más al Varón Jesús.
En su trato con sus amigos: siempre fue disponible, viendo el bien que les podía hacer y no el provecho propio que podía sacar, fue siempre amable. También yo debo dejar de pensar en mí para ocuparme del bien de mis amigos.
Con sus superiores: siempre fue obediente, hasta la cruz. También yo debo obedecer a mis mayores y superiores aunque me cueste.
Con sus familiares: Fue respetuoso, cariñoso. También yo debo serlo con mis familiares. ¿Cómo los trato? ¿Cumplo con alegría el cuarto mandamiento?
Con los pecadores: fue manso, misericordioso y le dedicó la mayor parte de su tiempo buscando su conversión. Es importante que ofrezca mis sacrificios, oraciones, penitencias y mis actos por la conversión de las almas.
Con los atribulados y que sufren: tuvo una gran compasión que lo llevo incluso a llorar y socorrerlos en sus necesidades; comparte realmente la carga del que sufre, los atiende, los acompaña, tiene una gran sensibilidad. ¡Señor, dame la gracia de tener un corazón sensible al sufrimiento humano!
Con los enemigos: su perdón es constante. ¿Cómo trato a los que me hacen el mal? ¿Cómo trato a los que me ofenden, quizás sin saberlo?
Con las mujeres: buscando siempre la salvación, atendiéndolas con todo respeto y decoro, siempre en lugares públicos y delante de otras personas.
Con los niños: atendiéndolos con amor paternal, bendiciéndolos. Así yo siempre debo dar buenos consejos a los niños, no escandalizarlos y escucharlos.
Despojarnos de todo para llenarnos de Cristo
Estos propósitos nos tienen que llevar a configurar toda nuestra vida con la de Cristo, hasta poder exclamar como exclamaba San Pablo ya no soy yo sino que es Cristo quien vive en mí (Gal. 2,20). San Pablo todo lo tenía por pérdida con tal de ganar a Cristo. También yo debo estar dispuesto a renunciar a todo aquello que me aparta de Cristo para llenarme cada vez más de Él. Como decía San Pablo juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Fil. 3,8)
Preguntas y comentarios al Padre Sergio Larumbe
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