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Dios y el escándalo del mal
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Dios y el escándalo del mal

Para muchos el escándalo del mal pone en serios problemas a Dios. Porque, según un dicho muy antiguo, o puede quitarlo y no quiere, o no puede y entonces, ¿qué tipo de Dios sería?

Si al pensar en el mal prescindimos de Dios, ¿se soluciona el problema? ¿Dejaría lo malo de ser tan escandaloso? Según algunos sí: sin Dios el mal podría ser comprendido de modo más adecuado, aunque ello no consuele a muchas víctimas.

Incluso el mismo hecho de pensar en el mal, ¿no sería algo equivocado? Si Dios no existe, el mundo se explicaría por sí mismo. En esa perspectiva, “el mal” sería algo inevitable, incluso un dato básico para la existencia del hombre y de las cosas.

Esa “solución” deja cabos sin atar. En primer lugar, porque para muchos el mal no debería existir, o al menos aquellos males provocados por culpa de los seres humanos.

En segundo lugar, porque si el mal es algo “inevitable”, el problema está en nuestra rebeldía e inconformidad ante el mismo. Entonces, la madre que llora por la muerte de su hijo, ¿debería aceptar lo inevitable y así lograría vivir con más serenidad?

¿Basta una respuesta así? ¿Queda satisfecha la mente humana si decimos que Hitler, Stalin y Mao fueron parte necesaria de un proceso cósmico necesario, donde no hay ningún Dios que dé esperanza de justicia a las víctimas?

El tema del mal y de las “responsabilidades” de Dios ante el mismo está unido, de un modo inevitable, al deseo de justicia que radica en el corazón de casi todos los seres humanos. Porque, como ha sido dicho varias veces, si negamos que exista Dios no habría nunca completa justicia para millones de inocentes.

Dios y el mal: el tema sigue abierto para muchos, aunque en el pasado ha habido respuestas profundas y atrevidas, como las de Agustín de Hipona o Tomás de Aquino.

El tema llega también a nuestra generación. Necesitamos luz y seriedad para avanzar, aunque sea un poco, hacia respuestas que no sólo sean correctas, sino que lleven paz y consuelo a tantos seres humanos hambrientos de justicia y de esperanza.

 

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