Como todo lo humano, la justicia está sujeta a errores, a manipulaciones, incluso a intereses y favoritismos, que provocan que existan inocentes condenados y culpables impunes.
Produce gran pena constatar lo anterior, precisamente porque uno espera que los jueces y el sistema jurídico en general defienda a las víctimas, castigue a los culpables, y evite errores en las sentencias.
Ante esta situación, existen esfuerzos por promover mejoras en los juicios, por afinar los procedimientos, por ayudar a jueces, fiscales y abogados a actuar honestamente y a calibrar mejor sus propuestas y sus decisiones.
Pero esos esfuerzos chocan ante esos dos grandes límites humanos. Uno, las enormes dificultades que existen cuando se trata de conocer la verdad en asuntos concretos, sobre todo cuando está en juego la tutela de la ley.
Otro, la vulnerabilidad de las personas que trabajan en los tribunales, que tienen sus simpatías, sus ideas, sus intereses, incluso (tristemente) que son susceptibles al soborno, o que sucumben ante el miedo por presiones externas.
Por lo mismo, en el pasado, como en el presente, y seguramente también como en el futuro, al llegar al final de un proceso y al emitirse una sentencia, habrá ocasiones en las que un inocente sea castigado, tal vez con la cárcel, y un culpable quede libre, incluso sea “premiado” con un resarcimiento.
Tras sentencias erróneas empieza un calvario más o menos doloroso para quien, sin culpa, tiene que pagar ante la sociedad por delitos nunca cometidos.
También inicia, para el culpable absuelto, una etapa que parece beneficiosa, pues en su interior suspira por haberse librado del castigo que merecía.
Sin embargo, nunca será un bien eludir la justicia, como enseñaba el viejo Sócrates, porque un castigo bien dado tiene un carácter curativo que el culpable necesita para salir de los males de la injusticia.
Para evitar el doble mal de las sentencias injustas que castigan a inocentes y liberan a culpables, vale la pena todo esfuerzo sano y bien orientado para que mejoren los sistemas y para que los funcionarios de justicia crezcan en un profundo y serio amor por la verdad y busquen la máxima corrección en su servicio a la sociedad.
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