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¿Orar con el corazón o con la mente?
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¿Orar con el corazón o con la mente?

Muchas de las personas que comienzan a orar se ponen la pregunta si deben dar prioridad a la mente o al corazón. Sabemos que naturalmente existen personas en la que se da una preponderancia espontánea en su carácter de la parte más cerebral u otras son más emotivas. Como principio cada persona debe orar como es, debe partir del terreno que tiene, de los talentos que Dios le ha dado. Una persona más cerebral comenzará su oración dando una cierta importancia a las ideas; otra más emotiva o afectiva, a los sentimientos del corazón o a los coloquios.

¿QUE ES LO MÁS IMPORTANTE?

Lo importante es ponerse en comunicación con Dios, recibir sus mensajes, gozar de su presencia, de su amor, de su gracia y disponerse a hacer su voluntad. De modo ordinario la oración sin embargo comporta un perfeccionamiento del hombre que lleva a una plenitud mayor y a un equilibrio de la persona. La persona más cerebral deberá aprender a comenzar a usar más los afectos y las emociones. Esto la ayudará también en su vida ordinaria a ser más afectuoso y a dar un peso de mayor importancia a la parte emotivo-afectiva en sus relaciones con los demás. La persona que es poco cerebral podrá enriquecerse tratando también de fundar su oración no sólo en los sentimientos o emociones sino también en sólidas ideas tomadas del Evangelio, de los Padres de la Iglesia, del Magisterio, de los autores espirituales.

La oración hay que hacerla con el corazón y con la mente, más aún con toda la persona, incluyendo nuestro cuerpo. Es el hombre entero quien ora, quien se pone en contacto con su Señor y Creador, con su Padre celeste. No hay una parte que pueda quedarse fuera aunque ciertamente habrá momentos en que pueda predominar una parte o la otra. En algunas personas, dado su temperamento, podrán dar de modo natural más espacio al corazón o a la mente, pero no podrán dejar nunca de lado ni la inteligencia ni el corazón.

Es el Espíritu Santo quien guía nuestra oración y nos va conduciendo por los caminos que Él quiere, soplando allí donde misteriosamente Él nos conduce. Para ello hay que abrir la puerta de nuestra inteligencia para comprender, aunque siempre de modo limitado, lo que Él nos quiere decir; y también la puerta del corazón para que se dilate siempre más en el amor hacia el Dios uno y trino y hacia todos nuestros hermanos sin distinción.

 

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