¿Quién no ha sentido en algún momento la necesidad de descansar? Después de un trabajo o un estudio prolongado, unas horas de sueño o unos días de vacaciones vienen de maravilla, y una concentración de la mente en un objetivo exigente se compensa con la distracción del deporte o un pasatiempo. Si nos fijamos con atención en nuestra vida, es necesario también un descanso más profundo; aquel que necesita el alma, que no se obtiene sólo con vacaciones o distracciones y que nos quitaría el peso de tanto desasosiego interior… ¡Eso es! El descanso que prometió Jesús a sus apóstoles:
Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. (Mt 11,28-29)
Espero que estas reflexiones nos ayuden a apreciar mejor las palabras de Cristo, recorriendo algunas escenas de la Escritura. Espero también que estas palabras y estas escenas puedan iluminar y guiar nuestra propia vida.
I. Vemos en primer lugar el descanso de la tierra prometida.
Esto es lo que la Biblia en griego llama “katapausis”. Después de tantos siglos de trabajos forzados en Egipto, después de un camino largo y pesado en el desierto durante cuarenta años, después de batallas y batallas con los pueblos de Canaán, finalmente se establece el reino de Israel. David y Salomón llegan a un período de paz. Incluso se construye un templo en el corazón de Jerusalén. Se cumple así la ansiada espera, y la historia se resuelve con el reposo del pueblo elegido y de Dios en medio de ellos. El rey Salomón entonces pronuncia estas palabras:
“Bendito sea el Señor, que ha dado el reposo a su pueblo, conforme a lo que había dicho; ninguna de las promesas hechas por medio de Moisés, su siervo, ha fallado…”
(1 Re 8, 56)
El Señor nos ha prometido una meta al final del camino. La lucha y el trabajo no serán en vano. Aunque parezca que la fatiga se alarga, y que no vemos colmada nuestra esperanza, al final Dios cumplirá sus promesas. Él llevará a término su obra en nuestro corazón y, una vez concluida, podremos descansar en él. Sólo tenemos que mantenernos unidos a su Palabra con la esperanza viva. No podemos permitir que con el tiempo y las preocupaciones se endurezca el corazón, como le pasó a Israel en el desierto (Sal 95, 8-11). Cada día tenemos que renovar nuestra intención de mantenernos en el camino de Dios, si queremos entrar finalmente en el lugar de descanso que Él nos ha reservado.
II. Anapausis
Pero Jesús quiere decir algo un poco diverso. Él habla de un reposo que los evangelistas describen con la palabra “anapausis”. Se trata de la serenidad que nos abre a un nuevo día y que se percibe en el silencio de cada amanecer. Es el reposo de la nueva creación que ha logrado muriendo en la cruz, bajando a los infiernos y alzándose del sepulcro. No fue en vano tanta fatiga. No acabó en el silencio de la muerte, sino que dio el paso a una nueva vida.
Sólo el que sigue a Cristo tomando el yugo de la cruz llega a poseer esta sabiduría (Sir 51, 34-35). Es el descanso de quien renueva sus fuerzas directamente en la fuente. Es el reposo que llena de ánimo para comenzar de nuevo, no importa lo que se haya padecido antes. Cada día se puede retomar la lucha, porque la sangre de Cristo nos regenera sin cesar. Entonces sí se cumplen plenamente las promesas de los profetas sobre un Dios que vive en medio de su pueblo (Is 66,1). Él mismo derrama sobre su Iglesia toda la vitalidad del agua sobre la tierra reseca, la misma vitalidad que sana las heridas y da el vigor a los miembros cansados.
III. Descanso de las promesas cumplidas
San Jerónimo, además, desdobla el sentido de esta palabra y la traduce de dos maneras diferentes. La primera vez nos habla del descanso que restaura. En latín se habla de “refectio” (Mt 11, 28), es decir, de un re-hacerse, tal como hemos visto más arriba. Pero poco después leemos la palabra “requies” (Mt 11, 29), que nos describe la tregua al final de una guerra. Es el descanso después de una larga tensión, el final de un gran problema que buscamos solucionar. Por fin se ha alcanzado el objetivo, y ahora sí el alma queda saciada…
Este descanso se parece mucho al de las promesas cumplidas. Sin embargo, no es sólo la obra de Dios que llega a su fin en nosotros, sino también nuestro corazón que ha encontrado lo que buscaba con tanta inquietud. Porque la verdadera tierra prometida, esa que hace descansar lo más profundo del alma, no es ni un lugar ni una situación sin problemas: la tierra prometida es un Rostro, es una Persona divina que se ha hecho carne y que ha habitado entre nosotros.
Cristo es el auténtico descanso para nuestras almas. Tomemos, pues, su invitación: “Venid a mí…”. ¿Cómo ir a Jesús? Él nos propone unos pasos concretos:
“Tomad mi yugo sobre vosotros…
..aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…
Y hallaréis descanso para vuestras almas.”
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