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Domingo de Ramos en la Pasión del Señor
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Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

¡Hosannas! y ¡Crucíficalo!, la contradicción de los hombres
1. Cuando vamos a comenzar a revivir la Semana Santa, la Iglesia, como que nos previene: Todo esto va a tener un final feliz, la Resurrección. Por eso con la Procesión de los Ramos celebrada con ritmo festivo, al aclamar a Cristo como el Hijo de David que viene en el nombre del Señor, adelantamos su Resurrección, proyectando sobre la Pasión la luz profética de la esperanza de la victoria..

2 En la procesión de los Ramos leemos a Mateo en el Ciclo A: a Marcos, en el B y en el C a Lucas. Hoy nos dice Lucas: «Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo» 11,1. «Con lo que se cumplió lo que dice el profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a tí humilde, montado en un asno» (Mat 21,1). En cotraposición a los reyes victoriosos que hacían su entrada en las ciudades conquistadas montando a caballo, Jesús entra como rey en la ciudad santa humildemente, montado en un asno, signo de que es manso y humilde de corazón, según la profecía de Zacarías (11,11).

3 Lucas completa la narración de Marcos, contándonos el llanto de Jesús: «Al ver la ciudad, lloró por ella» (Lc 19,49). A medida que va avanzando hacia la muerte, se aprecia más la sensibilidad de Jesús, lamentando el pecado y la desgracia de su patria, y manifestando la ternura por sus discípulos.

4 Las dos primeras lecturas de los tres ciclos son las mismas. En cambio, la lectura evángelica es la de los tres sinópticos, como en la procesión. «Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oido para que escuche» Isaías 50,4. Escuchar atentamente y hablar. Para poder dar vida y ser fuerte, para soportar insultos y salivazos, para ofrecer la espalda a sus golpes, para seguir a Cristo, necesitamos escuchar profundamente e interiormente la palabra. Sólo ella nos dará la fuerza necesaria. Sin ella reaccionaremos al vaivén de nuestros sentimientos.

5 El salmo es una resonancia de la doliente lectura de Isaías: «Se burlan de mí, me acorrala una jauría de mastines, me taladran las manos y pies, se pueden contar mis huesos, se reparten mi ropa, se sortean mi túnica. Fuerza mía, ven corriendo a ayudarme » Salmo 21. ¿Lo hemos experimentado alguna vez? Hemos de estar preparados para cuando nos llegue la contradicción.

6. La lectura de la Pasión despliega ante nuestros ojos un tapiz en el que se mueve la vida toda y podemos estudiar a cada uno de los numerosos personajes que participan en el drama, y sacar lecciones para todas las situaciones de nuestra propia vida humana y cristiana. Proyectaremos el foco de nuestra atención en los principales protagonistas: Judas, Pedro, Pilato y Jesús.

7. «Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: ¿Soy yo acaso, Maestro? » Mateo 26, 16. ¡Hasta ahí llega la ingratitud del pueblo de Israel, hasta vender a su Pastor por treinta monedas (unos veinte dólares), que era el precio que se pagaba por un esclavo! Que lo haya profetizado Zacarías (11,12), es la prueba de que la pasión y muerte de Jesús estaba perfectamente prevista y diseñada. Existe un intento de diluir el cristianismo para transformarlo en un religiosidad multiforme universal y, por así decir, intercambiable. En estos momentos algunos tratan de poner una especie de «by pass» teológico que quiere ofrecer una salvación eterna, evitando presentar el mensaje de Iglesia y la persona de Cristo, crucificado y resucitado. Cristo vuelve a ser «piedra de escándalo». «La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido. Todo el que caiga sobre esta piedra, se destrozará, y a aquel sobre quien ella caiga, le aplastará» (Lc, 20, 17). Cristo, no es un Ser abstracto, principio de un mundo inocente que nunca se ha realizado, sino el Cristo en el momento en que rescata la humanidad del mal y la sublima con su sacrificio y con su victoria. También el pecado tiene un lugar en el proyecto del Padre. Pero, «¿cómo es posible que el Creador quiera un mundo en el que esté presente universalmente la culpa?. La respuesta tradicional indica que la libertad de la criatura es la causa de todo mal moral. A Dios se le atribuye tan sólo una «voluntad permisiva». Personalmente este concepto de «voluntad permisiva», evidentemente antropomórfico, parece insuficiente para explicar este interrogante. El Creador no ha querido la culpa: ha querido lo bueno que su sabiduría podía sacar de la deplorable alteración de la justicia provocada por la libre voluntad creada. Por eso, el pecado en el designio de Dios tiene un aspecto positivo, hasta el punto de que forma parte desde el inicio del proyecto divino. Judas, hombre mezquino, ambicioso y avariento, fué el instrumento, capaz de traicionar y entregar a su Maestro y desencadenar una tragedia tan enorme por unas monedas, para que se cumpliera la Escritura.

8. Su deseo de grandeza le impulsa, al sentirse fracasado en sus ambiciones y deseos y desilusionado por Jesús, a actuar amargado y resentido contra El. No sólo no se separa como hacen los mediocres, sino, resentido y frustrado, quiere hacer daño al que lo ha hecho fracasar. Quiere vengarse. Siempre dispuesto a criticar, criticó a María cuando derramó el perfume de nardo sobre la cabeza y los pies de Jesús en casa de Lázaro, porque pudo haberse repartido su producto entre los pobres. Consiguió que los demás apóstoles secundaran la crítica, pero como Jesús la cortó alabando a la mujer que había hecho una obra buena, pues se había anticipado a ungirle para su sepultura, le molestó que el Maestro le riñera delante de todos. Y le guardó rencor. Era otro de sus defectos: no podía recibir ni un sólo reproche. Se apagaba de inmediato. Al menor roce, al instante plegaba las hojas como una pequeña sensitiva. Su convivencia era muy difícil. A veces, insoportable, porque a su lado en ocasiones se enrarecía el ambiente. Los demás sufrían y él se sentía raro y extraño, rechazado. El corazón no era limpio y vivía más fuera que dentro. Se escapaba en cuanto podía de la compañía del colegio. Cualquier motivo era suficiente para la huída. No asimiló nunca el espíritu de la familia escogida. Juan dice claramente que era ladrón (Jn 12,6). La oportunidad se la daba la bolsa que administraba sin dar cuentas a nadie. ¿En qué gastaba el dinero que robaba?. Y por dentro le recomía la estafa que le había hecho el Rabbí, quien encima, les predecía odios y persecuciones (Mt 26,6; Mc 24,3).

9. Así funciona Judas y por eso entrega y vende a su Maestro. Dominado por la avaricia, les propone a los sacerdotes: “¿Qué me dais si os lo entrego?” (Mt 26,15). ¿A cuántos habrá entregado antes?. Esa es su personalidad y su modo de actuar. Es un hombre que va almacenando rencor. Desde entonces se va endureciendo más y más “y andaba buscando ocasión propicia para entregarlo”. Mientras sus planes le salieron bien, siguió al lado de Jesús. El nombramiento de Pedro, Piedra de la Comunidad, el afecto evidente con que Jesús distingue a Juan, el discípulo amado, le reconcomían. Tuvo altibajos. Era inestable. Temporadas de coger a Jesús en brazos y otras, por el detalle más mínimo en el que se sintiera menos estimado o valorado, cerraba la boca, mostraba un semblante sombrío, violento y agresivo y bajaba allá abajo su tono, que no parecía el mismo. Su hipersensibilidad patológica y su psicología psicótica, causaron el cumplimiento de la Escritura.

10. El había de ser él solo. Y él había de estar solo. Y las cosas se habían de hacer a su manera. Cuando se desilusionó de Jesús, no tuvo ni un sólo gesto de magnanimidad, ni de comprensión, bajo el carnet de humilde y estafado, se escondía una persona soberbia e insolidaria, incapaz de humillarse pidiendo perdón, antes se ahorcará. Sabe que ha cometido un grave pecado, entregando la sangre inocente; está despechado y arroja las monedas a los sacerdotes en el templo. Ni un momento de sensatez buscando a quien le puede salvar. No ha ha comprendido ni pizca a Jesús. Su vida y comportamiento iba por otros derroteros. El era un nacionalista fanático y creyó que Jesús también iba por ese camino. Se había equivocado, y quería borrar ante los sacerdotes la huella de haber sido discípulo de Jesús, porque sabía que lo odiaban y le querían matar. Juan nos dice que Jesús lo había profetizado como diablo: «¿No he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas Iscariote, porque éste había de entregarle» (Jn 6, 70).Y se ahorcó. Fue llamado, tuvo un tiempo de felicidad, fue perdiendo gas en cosas pequeñas, hasta llegar a la monstruosidad. No era un hombre fuera de serie. Todos somos capaces de seguir el mismo camino.

11. Se escandalizó de la debilidad de Dios. Venía hace tiempo pensando que Jesús había sido un gran farsante; su vida y su misión un enorme fraude. ¿Cómo podía Dios estar con Jesús, si todo le salía mal? ¿Si sólo iba de fracaso en fracaso?. ¿Buscó infectar su maldad a alguno de sus compañeros? Lo intentó, como lo demuestra la crítica de la unción en Betania, pero por suerte, no encontró a nadie tan cicatero y rastrero como él, pese a la debilidad y cobardía generalizada. Su cinismo es patente: – “¿Soy yo, acaso, Maestro?”. Y con villanía monstruosa le dió un beso en el Huerto. Hasta se manchó los labios de sangre. Era la contraseña que les había dado, advirtiéndoles: «prendedlo y conducidlo bien sujeto». Le había visto hacer tantos milagros, que temía que se les escapara. En cambio, Jesús no le ha prendido a él. Le ha dejado libre. Como nos deja libres a todos. El no esclaviza ni fuerza, ni violenta la libertad de nadie.

12. ¿Se ha extinguido ya la raza de Judas? La traición y la deslealtad son semillas humanas y no anacrónicas. Hoy sigue habiendo Judas, que cuando pierden la ilusión, cuando se desengañan, cuando están amargados, se convierten en resentidos, y cuando se sienten postergados, reaccionan irracionalmente, sacan consecuencias falsas y son capaces de traicionar la amistad, tanto a nivel familiar, como social.

13. “Entonces Jesús dijo: “Me muero de tristeza”…Padre mío, si es posible que se aleje de mí ese trago”… Al encontrar a los discípulos dormidos, “dijo a Pedro: «Simón, ¿duermes?,¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil”. Le vieron demacrado y pálido, cubierto de sangre y desencajado. Yo no tengo palabras para resaltar éstas de Jesús, tan amargas y trascendentales. Lo mejor que podremos hacer es dejarlas resonar en nuestro interior en profundo silencio: Morir de tristeza. No habéis podido orar conmigo una hora… Sin oración seremos vencidos. Acompañemos a Jesús con cariño y ternura que está sufriendo fuera de todo encarecimiento por nosotros. Y tomemos nota de cuál es en este momento cumbre de su vida, la recomedación que nos hace: “Orar”. No les dice a los discípulos: Convenced a Judas de que no lo haga. Id a hablar con Anás y con Caifás. Moveos. Ayudadme. Haced algo. Todo lo que les dice, lo que nos dice, es orad, estad conmigo y con el Padre. Dejad que el Padre disponga y haga su Voluntad. Y hacedlo con secillez, con simplicidad: “Pase de mí este cáliz”. Ni grandes discursos, ni muchas palabras: “repitiendo las mismas palabras”, anota Marcos. Hemos vivido unos años de verdadera algarabía en torno a la oración. Y no sólo en la Iglesia Católica, sino también en las separadas. Sobre la oración primero fue el silencio. Después la calumnia. Luego la omisión. Y ahora que se habla más de ella, creo que se habla más que se ejerce. Mientras, avanza el desierto. Con la teología radical de la muerte de Dios, no había posibilidad de diálogo con un Dios muerto. Con la crisis y falta de fe Dios no interesaba al hombre. La autonomía del hombre descartaba el trato con el Ser trascendente. Con la secularización y la desacralización, el trato con Dios era una forma alienante de la personalidad. La escasa coherencia de los orantes profesionales, daba origen a acusar a la oración de evasión y desencarnación de la vida. Y Jesús ha comenzado la Redención del género humano, orando y diciéndonos que oremos.

14. Vamos a ver en seguida los efectos de la omisión de la oración: «No conozco a ese hombre». Pedro no ha podido velar una hora con el Maestro y la falta de oración causa su caida y la caída de todo aquel que no vela. Y así sucedió: “Todos los discípulos le abandonaron y huyeron”. Pedro ha negado al Maestro hasta con juramento, cobardemente ante las criadas, confiando presuntuosamente en sí mismo, y poniéndose en la ocasión. Pero tiene más corazón que Judas. Llora y pide perdón a Jesús con la mirada. Probablemente fue a buscar a María, la madre de Jesús, para contárselo a ella y eso le salvó.

15. Si con atenta mirada avizoramos el panorama de la Iglesia que ora, prescindiendo de la que no ora, por los frutos veremos una multitud de principiantes. No han dejado el libro para orar, no han contemplado, y la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, exclusivismo y petulancia campan por sus respetos. No es tanto la dejadez de la oración lo que importa, que también, cuanto los efectos que engendra esa omisión. Lizts el célebre pianista, sólía decir: si estoy un día sin tocar, lo noto yo, si dos días, lo nota mi mujer, si tres, lo nota el público.

16. «Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran». Pilato es el hombre que quiere tener contentos a todos: Al Emperador de Roma, a los sacerdotes, al pueblo, y a su conciencia. Se desespera y se irrita forcejeando por contemporizar con todos. Lo único que le preocupa y le interesa es no perder ni su prestigio ni su cargo. Es esclavo de su propia situación.

17. Pilato es actual, está de moda. Cuando se vive una vida tan materialista como la moderna, el pueblo se traga el quebrantamiento de todas las leyes morales: sólo reacciona ante la pérdida del pan, del puesto de trabajo, del cargo de prestigio, de la reacción que ciertas medidas o el cumplimiento de la justicia en casos concretos, puedan producir en los electores. Pilato es esclavo de la opinión, de la ambición. Además, es un figurón, por eso ambicionó e hizo los imposibles y se sometió a las bajezas mayores para conseguirlo.¡Y lo que tanto le costó no está dispuesto a perderlo ahora! Le preguntaron al caracol cómo había subido tan alto y contestó: “Lamiendo y arrastrándome”.

18. Entre tanta miseria, la lectura de la Pasión nos presenta a Cristo moribundo de amor: «Jesús dio un fuerte grito y expiró». Es la fulgurante manifestación del amor de Jesús, que entrega su vida por la Verdad, y para que sus discípulos tengan vida y se vean siempre libres de todo género de esclavitud.

19. «Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde». «Se eclipsó el sol», dice Lucas 23,45), y Mateo 27,51: “la tierra tembló”, “las rocas se rajaron” “las tumbas se abrieron». Es el luto cósmico por la muerte de su Creador. «Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de las moradas de muerte» (San León Magno). Al morir Jesús, comienzan a encenderse algunas luces alrededor de la cruz: Las palabras del centurión pagano: «Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» y la abolición de la ley vieja: templo, sacerdocio y víctimas animales, sustituidas ya por la Víctima Divina, simbolizado en: «El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La cortina, que separaba el Sancta Sanctorum del santuario o Santo, impedía a los sacerdotes la visión de Dios, desde ahora ningún hombre tendrá impedimento para ver a Dios, rasgado el velo que impedía su visión. Y, recordando que Jesús había dicho: «Destruid este santuario que yo lo levantaré en tres días» (Jn 2, 9) refiriéndose al santuario de su cuerpo, el evangelista no piensa en el templo de Jerusalén, sino en Jesús, verdadero santuario donde, rasgada su humanidad por la muerte, se puede ver a Dios cara a cara. Pablo hablará más tarde de la comunidad cristiana como templo del Espíritu (1 Cor 3,16).

20. Reconciliémonos con Dios en estos días de Semana Santa. A ello nos exhorta el Catecismo: «El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar al sacerdote todos los pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerda, tras examinar cuidadosamente la conciencia. Sin ser necesaria, de suyo, la confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente por la Iglesia». Juan Pablo II agradece a los presbíteros del mundo el indispensable servicio que ofrecen a través de su disponibilidad para dispensar el sacramento del perdón, «una de las expresiones más significativas de su sacerdocio». Teniendo en cuenta que «el anuncio de la verdad, en especial cuando esta es de orden moral-espiritual, es mucho más creíble cuando quien la proclama, no es sólo un doctor desde el punto de vista académico, sino sobre todo un testigo existencial». Un testimonio ofrecido evangélicamente a través de «la humildad de las virtudes practicadas y no ostentadas».

21. Recuerda también que el sacramento de la Reconciliación confiere no sólo el perdón de Dios por los pecados cometidos, sino también gracias especiales para superar las tentaciones y evitar las recaídas, y desea el regreso de los fieles a la práctica sacramental de la confesión.

22. Y exhorta a los confesores a educar a los fieles con una catequesis apropiada y profunda en la gran ayuda que recibimos con las indulgencias, que «lejos de ser una especie de descuento en el compromiso de conversión, son más bien una ayuda para un compromiso más disponible, generoso y radical en la misma conversión ».

JESUS MARTI BALLESTER.

 

 

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