En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
«Escucha pueblo mío mi enseñanza; inclina el oído a las palabras de mi boca» (Salmo 78). Hoy, Jesús, quiero escuchar tus palabras, quiero reconocer tu voz y estar atento a tu voluntad en mi vida ¿Qué quieres de mí? Quiero conocer el camino que debo de seguir. Tú, Jesús, eres el camino, eres la luz que ilumina mis pasos. Condúceme por el camino de la Voluntad del Padre.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 4, 12-23
Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron. Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la Buena Nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz». El Señor es la luz y el Señor viene a iluminar nuestros corazones, hay que dejarlo entrar. Que Él ilumine toda nuestra realidad. A veces se puede vivir en la oscuridad porque no se quiere aceptar el propio pecado y la propia debilidad; no se quiere ver el camino que está indicando el Señor y se prefiere una vida sin muchas complicaciones. Se prefiere vivir en la oscuridad que salir de ella.
«El pueblo que caminaba…» vivía en una actitud cómoda y no se movían para ir a la luz. Pero con la venida del Señor no podemos permanecer indiferentes. Él nos trae su misericordia y su amor; Él sale a nuestro encuentro y nos abraza, pero no nos puede obligar. Nos pide que demos un paso y Él se encargará del resto; nos pide que queramos y Él se encargará de que podamos.
A veces se puede creer que la conversión es imposible, que aún estamos muy lejos, que el camino es largo y cansado pero, qué vida es fácil. Toda elección comporta una renuncia, o mejor, toda elección comporta un camino. Los discípulos que siguieron a Jesús, antes que renunciar a sus redes, a su pequeño mundo, se encontraron con una vocación más grande y maravillosa.
Lo único que hay que hacer es dejar nuestro pequeño tesoro para alcanzar uno más grande. Sólo hay que dejarse sorprender por el Señor y tirarse en sus manos. «¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!» (San Juan Pablo II)
«A ejemplo del Apóstol, también nosotros tenemos que estar llenos de esperanza y de entusiasmo ante el futuro. La otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros. Él ha resucitado de entre los muertos; desde entonces, las dificultades y sufrimientos que padecemos son ocasiones que nos abren a un futuro nuevo, si nos adherimos a su Persona».
(Homilía de S.S. Francisco, 30 de noviembre de 2015).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a dedicar un momento, delante de la Eucaristía para examinar mi corazón y ver si voy por el camino de Dios, si estoy abierto a su voluntad en cada momento.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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