Del salmo 118
Abreme los ojos para ver las maravillas de tu voluntad. ¡Qué bonita oración del salmista! Siente que sus ojos se pueden quedar pequeños o despistarse. Y es que las maravillas del Señor son tantas que no hay ojo humano que sea capaz de registrarlas todas. Por eso parece pedirle al Señor: “quiero estar atento, no quiero hacerme el ciego, quiero contemplar tu acción y tu gracia”.
Está claro que el Señor trabaja de día y de noche en cada corazón y en el universo mundo y se requiere un ojo bien abierto para descubrir ese trabajo del Señor.
Así que los ojos de nuestra alma requieren su entrenamiento para ver cada vez mejor las maravillas del Señor. La vida vista así es una escuela en la que vamos aprendiendo a ver cada vez mejor el trabajo del Señor. Si no tuviéramos esta voluntad de ver mejor, nuestros ojos del alma podrían debilitarse, o bloquearse o enfermarse.
¿Y para qué este esfuerzo? Podemos pensar que para amarle más, para agradecerle mejor y para ayudar a otros a descubrir tantas maravillas que el Señor va haciendo por ahí.
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