La unión en la Persona es la más íntima y profunda que existe, y se la llama hipostática (del latín hipóstasis, que quiere decir Persona).
Entonces, en Jesús no hay dos hipóstasis o personas, sino Una Sóla, que es Nuestro Señor Jesucristo, Uno de la Trinidad, Dios mismo Él también, presente en medio de nosotros.
Por lo tanto, todo en la humanidad de Jesús debe ser atribuido a su Persona Divina como a su propio sujeto, y no solamente las cosas grandes y poderosas, como los milagros o la resurrección corporal, sino también sus limitaciones, sus sufrimientos, y aún su misma muerte.
Es lo que en teología se llama la comunicación de idiomas: Jesús hizo milagros y resucitó, por lo tanto, Dios hizo milagros y resucitó. Pero ahora viene lo más difícil de aceptar y comprender: Cuando decimos Jesús sufrió, tuvo hambre, sed, murió en la cruz y fue sepultado, nos cuesta decir que Dios sufrió, tuvo hambre, sed, murió en la cruz y fue sepultado.
Pero esto resulta claro de la comprensión de que Jesús era, es y será Dios. Si Él es Dios, Dios hizo milagros y resucitó, pero también sufrió, padeció, tuvo limitaciones y murió. O era Dios para todo o no era Dios para nada, así de simple.
Sino caeríamos en que su naturaleza fue aparente en el momento del límite y el sufrimiento, algo que no es cristiano.
Ése fue el error de los docetas, el docetismo.
De aquí viene la cuestión también de si la Virgen María fue Madre de Dios o no.
La Iglesia afirma que sí, simple y sencillamente porque Jesús era, es y será Dios. Claro que dio a luz a su naturaleza humana, pero esta naturaleza humana no existía por sí misma, sino unida a la naturaleza divina y ambas a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, y los hechos y actos se adjudican a la Persona, no a la naturaleza.
¿O alguno de nosotros somos naturalezas caminando por las calles, votando o ejerciendo actos administrativos públicos o privados?
No. Siempre se habla de personas, y en Jesús lo mismo. Y su Persona es Divina.
Eso no significa que en su muerte dejara de existir la Segunda Persona como Verbo Único y Eterno de Dios junto al Padre y al Espíritu, pero sí afirmamos por lo expuesto que el de Jesús era el cadáver de Dios, y que su alma descendiendo a los infiernos (1) era el alma de Dios.
Y que ambos volvieron a reunirse en el momento de la resurrección corporal del Hijo de Dios, que siempre fue y es igual al Padre, Dios verdadero y no creado.
Engendrado desde toda la eternidad como Luz de Luz y de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho y que por nosotros y por nuestra salvación bajo del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María, la Virgen, y se hizo hombre.
Tampoco significa que, al nacer Dios de María (porque Jesús es Dios), el Verbo Eterno haya dejado de proceder desde siempre del Padre. Sino simplemente que en la encarnación, Dios fue concebido en su naturaleza humana en el seno de la Virgen, y por ser Él Dios, ella es su Madre, la Madre de Dios.
Nos queda ver cómo conocía y amaba Jesús. Y si su cuerpo y afectos eran verdaderos. Y, más aún, si tenía pasiones. Pero lo dejaremos para otra ocasión.
(1) Descendió a los infiernos: No se refiere al infierno actual de los condenados, sino al sheol, también llamado en el judaísmo seno de Abraham. Es ese lugar de paz donde los santos del Antiguo Testamento aguardaban al Mediador entre Dios y los hombres al Pontífice, puente- que iba a conducir sus almas al Paraíso.
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