“Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). Enorme ejemplo, divina entrega, eterna gratitud hacia una mujer que escuchó y creyó…
Escuchó la voz del Señor a través de un Ángel y creyó en sus palabras, pues su fe siempre firme, no la hizo titubear. Luego, lanza una respuesta de total entrega a pesar de que su camino sería difícil; su afirmativa respuesta, supondría atravesar muchos obstáculos y ella sin duda lo sabía.
No basta con escuchar, tampoco basta con creer, pues es necesario responder. Ahí está el abandono, la verdadera prueba de fe, ahí está la fe de Nuestra Madre María.
“… la respuesta de María es una frase corta, que no habla de gloria, no habla de privilegio, sino solo de disponibilidad y servicio.” (Papa Francisco)
Quizás pensemos que nunca se nos ha aparecido un Ángel diciéndonos algo. Ni en sueño, ni estando despiertos. Simplemente, no hemos tenido aquella experiencia que podríamos denominar “divina”. Sin embargo, el Señor nos habla permanentemente y de variadas formas. Quizás no nos envíe un Ángel visible que nos hable con palabras que podamos escuchar, pero si lo hace a través de una lectura, de una persona, de una situación o de cualquier otra manera.
Podríamos imaginar que todo lo que el Señor nos habla procede de un Ángel Gabriel. Aquel Ángel que pide una total entrega a la voluntad de Dios, así como lo hizo con María. No nos da la noticia de que concebiremos al hijo de Dios, pero nos pide el mismo abandono en los brazos amorosos del Padre, la misma confianza que se logra mediante la fe, la misma esperanza de que entraremos en el Santo Reino de Dios, la misma paz que nos da pensar que estamos cobijados bajo su sombra.
¿Escuchas a tu Ángel Gabriel y logras una entrega total a Dios? Nada de fácil, pues nos cuesta trabajo despojarnos de nuestras seguridades. Aquellos amuletos palpables con los que nos protegemos: el trabajo, la profesión, la casa, los afectos familiares, el dinero, etc. Parece más sencillo descansar sabiendo que tenemos un “buen pasar económico”, que descansar nuestra alma en aquello que sí nos garantiza una seguridad duradera, eterna.
“Sólo en Dios descansa mi alma, de Él me viene la salvación.” (Sal 62,2)
Qué mejor momento es éste, en tiempo de Adviento, para dejar en aquel Establo en donde nace nuestro salvador, todos aquellos elementos en los que depositamos nuestra seguridad y cambiarlos por los verdaderos tesoros que Dios nos regala junto con el nacimiento de su hijo. La paz que sólo se encuentra en Él, la seguridad de poder alcanzar el Reino de los Cielos y la capacidad de amar como Jesús lo hizo al venir al mundo, sin límites y entregándose a los demás. En eso consiste dar la misma respuesta de María a nuestro Padre. Un “sí” sin condiciones, sin dudas… una confianza absoluta.
Y ¿Cómo lograrlo? Dios se encargará de ello… sólo debemos disponer nuestros corazones para recibirlo mediante la oración y la meditación. Adorar a aquel que vino a salvarnos de nuestros pecados con un infinito amor, siguiendo el ejemplo de los Reyes Magos:
“Venid a adorarlo, hinquemos las rodillas delante del Señor, nuestro creador.” (Salmos 95,6)
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