Todos, al recibir los hijos que Dios nos da, deseamos para ellos lo mejor. Sembramos a manos llenas y nos sacrificamos gustosos para obtener los recursos necesarios para darles un buen hogar, una buena alimentación, una buena educación… Queremos que crezcan rodeados de afecto; que crezcan en sabiduría, en virtudes humanas y en vida cristiana. Les queremos felices ahora y en el futuro. Les queremos sanos y santos, como Dios les quiere. Para lograrlo, no dudamos en estar vigilantes: si podemos, nos adelantamos para que no enfermen (¡ponte el abrigo!); y, con frecuencia, ponemos límites y prohibiciones preventivas (¡no te subas ahí!, ¡no cruces la carretera!). Estamos atentos, activos y sin reparos para decir “no”.
Pero, la falta de sobriedad y el exceso de comodidades pueden ahogar a los hijos y hacer estériles todos nuestros esfuerzos. A veces, podemos caer en la sobreprotección de los hijos y otras veces en permanecer pasivos mientras no se plantean conflictos.
Los efectos de la falta de educación en la sobriedad no son inmediatos ni tan visibles como la falta de salud física, pero son igualmente graves. Como no se notan de inmediato podemos omitir la vigilancia, despreocuparnos de fomentar la generosidad, no poner límites claros, admitir por ósmosis o mimetismo conductas que no son adecuadas para los hijos…y, a veces, cuando se quiere corregir es más difícil.
Hay que tomar decisiones en el campo de la educación de la sobriedad para prevenir y evitar el desarrollo de los hijos y anulen la buena siembra que hacemos en otros aspectos de su educación. En un clima de apegamiento a cualquier tipo de comodidad, hay que estar vigilantes, reflexionar ante los nuevos retos y las nuevas modas, actuar y no tener reparos en marcar límites, decir que “no” y ser diferentes.
No se trata de tener clara la teoría sino de aplicarla a lo concreto, por eso, os sugiero algunas ideas:
1. Enseñarles a ser agradecidos y mantener la alegría.
Dar las gracias no es una cuestión solo de buena educación. Hay que enseñarles a valorar las numerosas cosas buenas que tienen sin haberlo trabajado (y que otros no tienen). Que conozcan otras situaciones de pobreza o enfermedad y valoren especialmente el cariño que encuentran en la familia por encima del tener cosas. Que experimenten la alegría de dar: facilitarles ocasiones concretas de ser generosos, dando de lo suyo, aunque sea poco.
Y mantener la alegría, desterrando la queja de nuestros hogares, aun cuando lo que falte sea necesario. Cuando falta algo necesario es una oportunidad educativa única, para demostrarles que la alegría está en el “ser” y no en el “tener”. Esta preparación es importante de cara a la adolescencia, época de las montañas rusas anímicas: “bajones y subidones” por cuestiones sin importancia. Enseñarles a sustentar la alegría en fundamentos sólidos y no en cuestiones pasajeras o en apetencias.
2. La sobriedad en la comida y en la bebida.
Caprichos, cantidades, buenas maneras en la mesa, etc. Por eso, entre otras razones y en la medida de las posibilidades, es muy interesante hacer las comidas/cenas en familia y que, a través del ejemplo e indicaciones que les damos, aprendan a ser puntuales (ni picar antes ni empezar después), a no elegir los primeros o lo mejor, a servir a los demás con encargos concretos (agua, pan), a escuchar y participar en las conversaciones con cierto orden. Sin rigidez: no estamos en Versalles.
Y al revés, del capricho y la falta de sobriedad en la comida y en la bebida puede venir la ruina personal. Como bien sabía el señor del Rubín de Ceballos que en su escudo señorial tiene el lema: es ardid del caballero, ceballos para vencellos.
3. Otro campo, a mi entender muy interesante y que a veces descuidamos: sobriedad en el tiempo dedicado a uno mismo.
Con frecuencia, según crecen les vamos exigiendo autonomía y responsabilidad en sus deberes: autonomía en el aseo, hacer su tarea-su estudio-su cama, limpiarse sus zapatos, ordenar su cuarto… No hay que hacer lo que puedan hacer ellos solos.
Eso está muy bien pero, ¿hacen algo por los demás sin ser ellos los directamente beneficiados? Por ejemplo, dedicar tiempo a jugar con un hermano más pequeño o a cuidar a un abuelo aunque no sea divertido… Hay que incitarles para que sean generosos con su tiempo y sus cualidades buenas. Sobre todo cuando van creciendo hay que hablar con ellos de los planes de ocio: no se trata de que no hagan nada malo sino de que hagan algo bueno. Al organizar sus actividades de fin de semana, ¿incluye algo de ayuda a los demás?, ¿actividades culturales?
Lógicamente esto interpela también nuestros planes de descanso, ¿qué actividades programamos los fines de semana y en vacaciones? Por el aburrimiento de los hijos llega la falta de sobriedad en muchos campos, como el consumo de TV, ordenador y otros vicios.
4. Otra idea que se puede concretar en muchos detalles: que tengan la mentalidad de administradores no de propietarios.
Podemos enseñarles cómo se usan bien las cosas, cómo se conservan o cómo se aprovechan del todo… y que nos den cuenta de cómo administran lo que ponemos en sus manos.
En el lenguaje de la cultura actual hablaríamos de consumo responsable. El ser conscientes de lo que cuestan las cosas, del proceso de elaboración, de la limitación de los recursos, como el agua o la energía, y el uso responsable de internet, móvil… es positivo y necesario.
Aprovechar su curiosidad (cuando son pequeños) para enseñarles el modo práctico de ahorrar gastos en casa, que nos ayuden a hacer pequeños arreglos, como cambiar bombillas, o encargos para mantener la casa limpia y en orden.
Pensar en cosas concretas: como usan y cuidan el material escolar, los juguetes, la ropa… Pensar también como será nuestra reacción cuando los usan mal.
5. Enseñarles a diferenciar lo necesario de lo superfluo.
La sociedad de consumo tiende a generar “necesidades” continuas. Hay que resistir y enseñarles a resistir la presión del ambiente. Por ejemplo, enseñarles a ser críticos con los mensajes publicitarios del estilo Yo no soy tonto, Me lo llevo, Tu padre es el único que todavía no sabe…. Tomar la decisión de no participar en la carrera del tener más.
Para no pasar lo superfluo a necesario es importante no admitir comparaciones con lo que tienen otros. Lo que tengan los demás nunca debe ser considerado como “criterio de necesidad”. Por ejemplo, no hay que entrar en la guerra de “marcas” de ropa (y esto no afecta solo a las hijas…).
En este apartado de diferenciar lo necesario de lo superfluo entra la sobriedad “digital”: TV, cadena de música, móvil, ordenador, wii… Hay grupos empresariales muy interesados en los jóvenes sin auto-control y con recursos económicos (de sus padres, claro).
Normalmente cuando hablamos de medios digitales, hablamos de uso responsable (horarios fijos, tener el ordenador en un lugar de paso y no en un cuarto personal, control de contenidos…) pero quizá en muchos casos uso responsable significa no-uso. Lo importante es hacerles reflexionar sobre su necesidad, ventajas y riesgos.
Valorar siempre si realmente es necesario. Con los hijos, poner los límites antes de que aparezca el problema. Que nuestra posición sea conocida y razonada. Así, ni siquiera lo piden. Tener claro que siempre vamos a tener peticiones insatisfechas (soy el único de la clase…), porque cuando cedemos en un sitio el límite se corre a la siguiente barrera. Si persisten es porque esperan vencernos, porque ya han tenido experiencia de nuestras cesiones. Por su bien, cuando no interesa, no ablandarse. Con más frecuencia de las que nos gusta reconocer podemos movemos por comodidad o para que nos dejen tranquilos.
6. Los dos últimos campos que quiero abordar son la disponibilidad de dinero y las celebraciones y regalos.
Disponibilidad de dinero: por norma, cortos de dinero. ¿Paga o no paga? Las dos cosas tienen aspectos positivos pero, personalmente, creo que es mejor que los hijos no tengan “derechos adquiridos” que van negociando con nosotros como si la economía familiar fuera los Presupuesto Generales del Estado. Si necesitan que pidan, así cada vez podremos orientarles sobre lo adecuado o no de ese gasto. No es razonable que nos quejemos de sus modos de diversión y a la vez seamos los que se los financiamos…
Sobre las celebraciones y regalos. Conviene adelantarse y hablar antes con los familiares o padres. Tener unos criterios claros y conocidos para Reyes, cumpleaños, comuniones… En todas las edades se presentan retos pero, como es lógico, cuanto antes empecemos la mejor. Se puede educar en la sobriedad desde muy temprano, desde el primer cumpleaños.
Educar en la sobriedad no consiste exclusivamente ni principalmente en controlar las influencias negativas y decir a todo que no, sino que se debe buscar fomentar las conductas positivas: ser agradecidos, actos de generosidad, aprovechar el tiempo, expectativas culturales…
Como en todas las virtudes, la clave en la educación es siempre el ejemplo personal, porque las virtudes no son para predicarlas sino para vivirlas. Además de decir a los hijos cómo tienen que ser hay que mostrárselo con el ejemplo. Juan Pablo II en su autobiografía dice de su padre: entre nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio pero su ejemplo de oración y austeridad fueron para mí, en cierto modo, el primer seminario (Don y misterio, pag. 35-36).
De nuestro ejemplo y de estar vigilantes para adelantarnos depende que la semilla que sembramos a manos llenas caiga en buena tierra y de mucho fruto.
Contenido cortesía de nuestros aliados y amigos: Escuela de familias
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