Jesús llama a cada uno de sus Apóstoles por su nombre. En la biblia cada nombre tiene su misión, no es al azar. Cada uno de nosotros tenemos una misión, que debemos pedir y discernir en oración. No es trabajar, comer, vivir, viajar y morir solamente, es una misión más alta de amor y paz.
A los apóstoles se les dio autoridad de exorcizar y sanar enfermos; Dios como autor de la obra utilizó estos instrumentos y les dio instrucciones precisas para ir tras las ovejas descarriadas de Israel.
“Jesús reunió a los Doce y les dio autoridad para expulsar todos los malos espíritus y poder para curar enfermedades.” (Lucas 9,1)
Saber con claridad para qué fuimos creados por Dios, no es tarea fácil. Y cuando hacemos esta pregunta muchos contestan que no lo saben, pero cuando lo sepan y coloquen sus fuerzas en cumplir esa misión serán verdaderamente felices. Otros creen que la misión que tenemos cada uno es aquella que nosotros mismos nos damos. Otros, lo tienen claro, ya sea por las circunstancias de la vida o porque han escuchado la voz del Señor mediante sus maravillosas señales. Y sólo algunos de los que tienen clara su misión, hacen la voluntad del Padre.
En lo que sí podemos converger, es que todos tenemos una misión específica en este mundo, que es dada por Dios desde antes de nacer y con la cual llegaremos a la plenitud. El Señor nos eligió desde antes de ser creados y lo hizo para que vivamos de acuerdo a su voluntad.
“No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.” (Juan 15,16)
Y nos eligió con un fin específico, un propósito único, cada uno de nosotros tenemos una misión única y diferenciada, al igual como eligió a Pablo de Tarso con un propósito definido.
“El Señor le dijo: «Anda, que éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas.” (Hechos 9,15)
Acoger la misión maravillosa que Dios tiene sobre nosotros en su plan de salvación, es atender a su voluntad y ello nos abre las puertas del Cielo. Si recordamos la parábola del banquete de bodas veremos un ejemplo perfecto de cómo el Señor nos llama a su Reino al igual que a los convidados al banquete en el cual muchos fueron invitados, pero muy pocos en realidad asistieron. Dios abre las puertas de su Reino para todos, pero si ignoramos de esa invitación no podremos participar del banquete; al tener libre albedrío somos dueños de decidir si acoger o no a este llamado.
“Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” (Mateo 22,14)
La mejor manera con la que podemos responder es realizando nuestra misión con espíritu alegre, confiados en que es la voluntad del Señor, así no sea la nuestra. Pero también, al igual que los Apóstoles, siendo testigos de su palabra.
“Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4,20)
Junto con la misión que Dios nos ha encomendado de manera única, tenemos una misión universal como misioneros de Jesucristo de comunicar su verdad, amor y vida nueva, pues somos signos de la presencia y de la acción del salvador.
El único camino para descubrir cuál es nuestra misión es el mismo y omnipotente Dios. Esa voz interior nos va dando las respuestas. Debemos ser pacientes y estar atentos a esa voz y a las señales que el Señor nos va dando durante nuestro recorrido por la vida; sabemos que sus tiempos son perfectos y Él determinará el momento indicado para hacer notar su hermosa presencia y lo que espera de nosotros. Dios nos mostrará el camino, pero depende de nosotros actuar para que nuestra misión se concrete.
Y, ¿cómo podremos realizar nuestra misión? Una vez descubierta cuál es nuestra misión en la vida y de acuerdo a nuestra condición humana, puede parecer lógico preguntarnos qué recursos disponemos para cumplir aquella voluntad de Dios. Pero calma; Él se encarga de todo y no descuida ningún detalle. Nos ha dotado de Dones particulares y precisos para realizar nuestra tarea.
El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1830, explica que “la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo”.
Dejémonos guiar entonces por el espíritu de Dios y tengamos siempre un corazón dispuesto para responderle con un “Sí” generoso a nuestro Señor para que por medio de su hijo Jesucristo, podamos entrar al Reino de los Cielos.
“Y oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros? Y respondí: Aquí estoy yo, mándame a mí. Él me dijo: Vete y dile a este pueblo: Escuchad bien, pero sin comprender; mirad, pero sin ver.” (Isaías 6,8-9)
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