En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, yo creo que vives, creo que la cruz tuvo un sentido y que ahora estás aquí conmigo. Tu presencia me llena de paz y alegría. Dime qué quieres de mí en mis circunstancias, y ayúdame a guardar el silencio necesario para escucharte.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 20,11-18
El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: «¿Por qué estás llorando, mujer?». Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto».
Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?». Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto». Jesús le dijo: «¡María!». Ella se volvió y exclamó: «¡Rabuní!», que en hebreo significa 'maestro'. Jesús le dijo: «Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: 'Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios'».
María Magdalena se fue a ver a los discípulos y les anunció: «¡He visto al Señor!», y les contó lo que Jesús le había dicho.
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
¡Cómo amaba María Magdalena al Señor! Es una pena que su amor fuera desesperanzado y desesperado, como aquel de los discípulos de Emaús y Tomás. Todos habían conocido al Señor, pero la Magdalena de una forma especial. Ella se lo encontró quizá dos años atrás. Jesús apareció en su vida estando dominada por siete demonios, cuando nadie se atrevía a acercarse a ella y la miraban con terror. Él la miró con amor y le liberó de esos espíritus que le atormentaban. Desde entonces siguió al Señor. Jesús fue su esperanza, su ilusión de cada mañana, un sueño realizado, un amor puro y una mirada limpísima, una roca firme en que apoyarse, un río de alegría al lado del cual las hojas nunca marchitarían.
Pero ahora está muerto. Había ido muy de mañana, dice el Evangelio. Había ido al sepulcro y lo había encontrado vacío. «¡Se han llevado el cuerpo de mi querido Jesús!» Avisó a Pedro y a Juan, y ellos, en vez de llorar con ella y buscar el culpable, se pusieron en movimiento, vieron, creyeron y se fueron contentos. Y ahí se quedó María, sola, incomprendida. «¿Por qué lloras, María?».
Ella estaba vuelta, no quiso mirar al agricultor que sospechaba como ladrón de cuerpos. Sus ojos gritaban rechazo y tristeza. Y entonces Jesús dijo… «¡María!».
«Siempre estamos tentados de saciar el deseo de lo eterno con cosas efímeras. Nos vemos expuestos a mares embravecidos que sólo terminan ahogando la vida y el espíritu: Como el marinero en alta mar necesita el faro que indique la ruta para llegar al puerto, así el mundo os necesita a vosotras. Sed faros, para los cercanos y sobre todo para los lejanos. Sed antorchas que acompañan el camino de los hombres y de las mujeres en la noche oscura del tiempo. Sed centinelas de la aurora que anuncian la salida del sol. Con vuestra vida transfigurada y con palabras sencillas, rumiadas en el silencio, indicadnos a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia. Como Andrés a Simón, gritadnos: “Hemos encontrado al Señor”; como María de Magdala la mañana de la resurrección, anunciad: “He visto al Señor”».
(Homilía SS Francisco, 7 de septiembre de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy no me voy a quejar. Voy a ser la alegría de la casa, de mi cónyuge, de mis hijos, de mi prójimo. Hoy quiero ser apóstol de la alegría de la Resurrección porque me he encontrado a Jesús Resucitado. ¡Aleluya!
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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