En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, estoy aquí ante ti porque quiero dialogar contigo. Ayúdame a saber reconocerte como mi Dios y Señor.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Lectura del santo evangelio según san Juan 5,17-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo». Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no solo quebrantaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios. Jesús tomó la palabra y les dijo: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que esta, para vuestro asombro. Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y ya está aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído vivirán. Porque, igual que el Padre tiene vida en sí mismo, así ha dado también al Hijo tener vida en sí mismo. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo del hombre. No os sorprenda esto, porque viene la hora en que los que están en el sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió».
Palabra del Señor
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Al igual que todo cristiano, estamos acostumbrados a ver un Cristo que obra milagros, que emprende viajes, que envía a sus apóstoles; un Jesús activo que arrastra las multitudes. Sin embargo, es posible que olvidemos que Cristo mostró su mensaje a los hombres a través de la predicación, de la palabra, que luego Él mismo confirmó con sus obras.
El mundo de hoy parece dar preeminencia a todo cuanto se hace, cuanto se vive, frente a lo que se piensa, se dice y se escribe, quizá arrastrados por la vorágine informativa. Parece que las palabras, dichas o escritas, tienen menos peso que antes. En el Evangelio de hoy, Jesús no hace sino hablarnos. Nos muestra uno de sus más hermosos pensamientos: el obrar siempre en dependencia de lo que su Padre quiera. Manifiesta, además, esa espléndida relación que sólo Él puede tener con Dios, como su Hijo único y a la que nos ha llamado por el don de su gracia misericordiosa: «el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna».
¡Cuántos hombres grandes ha tenido la humanidad! Pensadores, literatos, científicos, conquistadores, políticos, aventureros… Pero todos hombres. Magníficos, pero siempre simples hombres. Sólo Cristo se proclamó Dios, y lo es de hecho, probado por sus milagros, las profecías que hablaban de Él y la Iglesia que fundó. Este Evangelio es la piedra divisoria de las opiniones sobre Cristo. Acá, los que creen en su divinidad, allá los que la niegan. Desafortunadamente, a muchos judíos de aquel tiempo no les era posible hacerse una idea de un Dios hecho carne. Y, por ello, condenaron a Cristo a muerte. Si acaso hubiesen dado cierta credibilidad a sus palabras y milagros, otra hubiese sido la historia.
Para los católicos, Jesucristo concentra todas las aspiraciones del hombre: felicidad, amistad, esperanza, fe, amor, misericordia… Cristo es Dios y hombre. Tan hombre como tú y como yo. Es Dios-amigo. Es el Dios generoso que sabiendo que el hombre, por sus propios méritos, no llegaría nunca a Él, bajó para encontrarse con nosotros y mostrarnos su voluntad a través de la Iglesia y sus enseñanzas. Así la Iglesia proclama: «Sólo Cristo salva», porque sabe bien que Dios quiere que todos los hombres se salven… Pero no basta saber todo cuanto la Iglesia nos dice acerca del Maestro, su divina persona y su doctrina. Es necesario acercarse libremente y tratar con Él, como con un amigo, a través de la oración personal, sencilla, humilde, y la cercanía fervorosa a los sacramentos, sobre todo en este tiempo de gracia que es la Semana Santa y la Pascua.
«Una familia en la que todos se reconocen hijos e hijas del único Padre, comprometidos a vivir entre ellos y con todos, el mandamiento del amor mutuo. No para estar tranquilos fuera del mundo, sino para salir, para encontrar, para cuidar, para arrojar a manos llenas la levadura del Evangelio en la masa de la sociedad, especialmente donde más se necesita, donde la alegría del Evangelio se espera y se invoca: en la pobreza, en el sufrimiento, en la prueba, en la búsqueda, en la duda. El carisma de la unidad es un estímulo providencial y una ayuda poderosa para vivir esta mística evangélica del nosotros, es decir, para caminar juntos en la historia de los hombres y mujeres de nuestro tiempo como “un solo corazón y un alma sola”, descubriéndose y amándose mutuamente de manera concreta como “miembros los unos de los otros”. Por eso, Jesús pidió al Padre: “Que todos sean uno, como tú y yo somos uno”, y nos mostró en sí mismo el camino hasta la entrega total de todo en el vaciamiento abismal de la cruz. Es esa espiritualidad del “nosotros”. Podéis haceros vosotros y a los demás también».
(Discurso SS Francisco, 10 de mayo de 2018).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Pondré especial atención a los signos de amor de Dios en este día.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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