En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor ven y sé mi luz en las tinieblas de mi corazón cuando faltas tú ¡Maestro haz que vea!
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 9, 1-41
En aquel tiempo, Jesús vio al pasar a un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?». Jesús respondió: «Ni él pecó, ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios. Es necesario que yo haga las obras del que me envió, mientras es de día, porque luego llega la noche y ya nadie puede trabajar. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo».
Dicho esto, escupió en el suelo, hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y le dijo: «Ve a lavarte en la piscina de Siloé (que significa 'enviado'). Él fue, se lavó y volvió con vista.
Entonces los vecinos y los que lo habían visto antes pidiendo limosna, preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?». Unos decían: «Es el mismo». Otros: «No es él, sino que se le parece». Pero él decía: «Yo soy». Y le preguntaban: «Entonces, ¿cómo se te abrieron los ojos?». Él les respondió: «El hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo puso en los ojos y me dijo: 'Ve a Siloé y lávate'. Entonces fui, me lavé y comencé a ver». Le preguntaron: «¿En dónde está él?». Les contestó: «No lo sé».
Llevaron entonces ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día en que Jesús hizo lodo y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaron cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso lodo en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Ese hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes prodigios?». Y había división entre ellos. Entonces volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué piensas del que te abrió los ojos?». Él les contestó: «Que es un profeta».
Pero los judíos no creyeron que aquel hombre, que había sido ciego, hubiera recobrado la vista. Llamaron, pues, a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste su hijo, del que ustedes dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres contestaron: «Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo es que ahora ve o quién le haya dado la vista, no lo sabemos. Pregúntenselo a él; ya tiene edad suficiente y responderá por sí mismo». Los padres del que había sido ciego dijeron esto por miedo a los judíos, porque éstos ya habían convenido en expulsar de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya tiene edad; pregúntenle a él».
Llamaron de nuevo al que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador». Contestó él: «Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntaron otra vez: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Ya se lo dije a ustedes y no me han dado crédito. ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Entonces ellos lo llenaron de insultos y le dijeron: «Discípulo de ése lo serás tú. Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios. Pero ése, no sabemos de dónde viene».
Replicó aquel hombre: «Es curioso que ustedes no sepan de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha. Jamás se había oído decir que alguien abriera los ojos a un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Tú eres puro pecado desde que naciste, ¿cómo pretendes darnos lecciones?». Y lo echaron fuera.
Supo Jesús que lo habían echado fuera, y cuando lo encontró, le dijo: «¿Crees tú en el hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?». Jesús le dijo: «Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él dijo: «Creo, Señor». Y postrándose, lo adoró.
Entonces le dijo Jesús: «Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos». Al oír esto, algunos fariseos que estaban con él le preguntaron: «¿Entonces, también nosotros estamos ciegos?». Jesús les contestó: «Si estuvieran ciegos, no tendrían pecado; pero como dicen que ven, siguen en su pecado».
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
Esta es la experiencia de cada uno de nosotros, que en cierta medida estamos ciegos, nuestra condición débil no nos deja ver con claridad y andamos por la vida a tientas. ¡Esta condición no es para siempre! Hay una gran esperanza aún cuando no la vemos y es Jesús que se acerca, toca el lodo del que estamos hechos y nos devuelve la condición para la que estamos hechos, para caminar en la luz y la verdad. Pero no todo queda ahí. Jesús tocó los ojos del ciego, pero lo envió para que se lavara en un sitio muy específico.
El ciego no tenía nada que perder si se echaba un poco de agua, pero después de haber recibido quizás tantos desprecios y bromas en su vida, por la cultura de la época ¿qué le garantizaba que esta vez sería distinto? La grandeza de este hombre consiste en que tuvo fe e hizo lo que el Señor le pedía. El Señor cada día nos toca de diversas maneras, nos llama, nos “primerea” como diría el Papa Francisco. No obstante, nuestra poca fe a veces constituye el obstáculo que no deja que Dios actúe como Dios. Él respeta nuestra libertad y lo único que nos pide a cambio para obrar su grandeza es un poco de fe.
Los fariseos estaban furiosos por tan grande prodigio. No querían dar crédito a lo que sus ojos veían, pero en el espíritu ellos eran los verdaderamente ciegos según lo dice el mismo Jesús. Ellos eran la gente religiosa, los que siempre cumplen, los que siempre están supuestamente cerca de Dios. Eso no era lo malo, sino que su corazón estaba tan endurecido y lleno de soberbia que no eran capaces de reconocer el obrar de Dios. Creían que todo lo sabían, que todo lo podían enseñar, y así juzgar a los demás con sus parámetros. Jesús viene a romper esquemas. ¿Qué tipo de ciego soy? Respondámonos esta pregunta con toda sinceridad frente a Dios. ¿Soy el ciego que juzga, o soy el ciego que busca? El Señor hoy nos quiere devolver la vista, escuchemos su voz y démosle gloria con nuestra vida que empieza a renacer en el Espíritu que nos da la luz.
«Nuestra vida, algunas veces, es semejante a la del ciego que se abrió a la luz, que se abrió a Dios, que se abrió a su gracia. A veces, lamentablemente, es un poco como la de los doctores de la ley: desde lo alto de nuestro orgullo juzgamos a los demás, incluso al Señor. Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos; todos nosotros somos cristianos, pero todos nosotros, todos, algunas veces tenemos comportamientos no cristianos, comportamientos que son pecados. Debemos arrepentirnos de esto, eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros, en efecto, hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz» (Ef 5, 9), con humildad, paciencia, misericordia. Estos doctores de la ley no tenían ni humildad ni paciencia ni misericordia».
(Ángelus del Papa Francisco, 30 de marzo de 2014).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy me quedaré un rato después de la eucaristía dominical en el sagrario pidiéndole al Señor que me devuelva la vista que tanto necesito en mi vida espiritual.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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