Si los guías son ciegos, es fácil que muchos guiados caminen en las tinieblas y se extravíen por senderos desorientados. Lo que acaba de suceder este sábado ha podido abrir los ojos de muchos que ahora saben quienes son los guías de Israel en aquellos momentos. Y la reacción de Jesús será la exposición de la hermosísima alegoría del Buen Pastor. Israel es un pueblo nacido de pastores; esto fueron los patriarcas, y, tras la liberación de Egipto, fueron un pueblo pastoril seminómada. Al establecerse en la tierra prometida esta labor no cesa, y son numerosos los rebaños, especialmente de ovejas, en todos los lugares, alternando con el cultivo de la tierra. Por eso el recurso al buen y mal pastor es un recurso frecuente en los profetas y en los salmos. Dios enviará pastores, Él mismo es el Pastor de Israel. «El Señor es mi pastor nada me falta en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas». De ahí la fácil inteligencia con que Jesús se reconoce a sí mismo como el Buen Pastor y puerta del redil.
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta del redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es un ladrón y un salteador. Pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero y las ovejas atienden a su voz, llama a sus propias ovejas por su nombre y las saca fuera. Cuando ha sacado fuera todas sus ovejas, camina delante de ellas y las ovejas le siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños. Jesús les propuso esta comparación, pero ellos no entendieron qué era lo que les decía»(Jn).
«Entonces dijo de nuevo Jesús: En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos cuantos han venido antes que yo son ladrones y salteadores, pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se salvará; y entrará y saldrá y encontrará pastos. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia»(Jn). Ponerse como puerta es un símbolo de lo que valen sus enseñanzas y ejemplos. El que las sigue encuentra vida abundante, pero existen puertas falsas, existen ladrones, como ya había enseñado en otra de sus imágenes plásticas, la de la puerta angosta.
La alegoría llega a su punto culminante cuando dice de modo solemne y sencillo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas». Sólo Dios es el pastor supremo del pueblo. El cuidado de sus fieles no se reduce a guiar, hablar y enseñar, sino que llega a dar la propia vida. El pastor ama a las ovejas con amor total. En cambio «el asalariado, el que no es pastor dueño de las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye -y el lobo las arrebata y las dispersa-, porque es asalariado y no le importan las ovejas». Sólo Él y quienes tratan de identificarse con Él, viviendo como Él vive son el Buen Pastor. Quienes le rechazan conociéndole, libremente, no son más que mercenarios a sueldo de sus propios intereses inconfesables. Y repite de nuevo el Señor: «Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen». El conocimiento mutuo es la característica del buen pastor y de las ovejas, se da una sintonía porque el amor de Dios lleva a reconocer a Dios en su enviado. De ahí que la fe es fruto del bien vivir. El conocimiento lleva a un amor de entrega total. «Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas»(Jn). El Padre engendra por amor, con conocimiento perfecto, al Hijo, por eso el Hijo ama como el Padre; ese amor lleva al Hijo a dar su vida por los hombres. Esta entrega se extiende de mil modos a todos los hombres, el cauce primero será Israel; después el nuevo Pueblo de Dios que será la Iglesia; pero llega a todos los hombres por las vías de la misericordia «Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor». Esta es la gran meta de la humanidad: estar unidos entre sí y con Dios formando un sólo pueblo. Al final de los tiempos todos los pueblos superarán las desuniones, que son fruto del pecado, y la Iglesia los unirá a Cristo y entre ellos. Así escuchando la voz de Jesús se reúne lo disperso, se une en la caridad y en la verdad, consumados en la unidad. Y Cristo como buen y único pastor conduce a los hombres, tantas veces perdidos en las veredas de la vida, a los verdes pastos donde encuentran alimento, vida, paz.
La conclusión sale ya de los límites de la alegoría y pasa al anuncio profético, aunque velado, de lo que va a venir y ya está viniendo: la entrega de la vida para salvar a los hombres. «Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo»(Jn). El que sabe y escuchó sus predicciones anteriores entiende que habla de su muerte y de su resurrección en acto de obediencia al mandato amoroso del Padre. Ante el desarrollo de los acontecimientos que van a venir conviene tener en cuenta la libertad soberana con que Cristo anuncia su muerte, ya próxima. Muerte hacia la que, como Dios, pero también como hombre, camina libremente. Mi vida, dice, «nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo. Este es el mandato que he recibido de mi Padre». Esta es la libertad total, la del amor sin límites, la del amor que llega a la donación no sólo de los sentimientos y de los afectos, sino de la misma vida.
Como solía ocurrir, ante sus declaraciones, hay división de pareceres entre los que le escuchan, pero, difícilmente, cabe seguir indiferente. «Se produjo de nuevo una disensión entre los judíos a causa de estas palabras. Muchos de ellos decían: Está endemoniado y loco, ¿por qué le escucháis? Otros decían: Estas palabras no son de quien está endemoniado. ¿Acaso puede un demonio abrir los ojos de los ciegos?»(Jn). Así finaliza esta fiesta tan densa en acontecimientos.
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