En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
En medio de mis preocupaciones, mis intereses y mi vida ordinaria, quiero darte un pequeño momento, estar a tu lado y crear conciencia de lo que has hecho por mí. Dame la gracia, Señor, de saber escucharte, contemplarte y enamorarme de la misión que me tienes preparada.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 5, 12-16
En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y al ver a Jesús, se postró rostro en tierra, diciendo: «Señor, si quieres, puedes curarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero. Queda limpio». Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó que no lo dijera a nadie y añadió: «Ve, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés prescribió. Eso les servirá de testimonio».
Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para orar.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio
La lepra provoca el rechazo. El leproso se aleja, se esconde del mundo, no puede sentir la compañía, especialmente si es el único en tal estado. La tendencia es encerrarse en su dura realidad. No puede ni quiere aceptar su enfermedad. La vida de un leproso no proyecta un futuro, solo espera un final en la soledad.
Nuestro trabajo, nuestras relaciones, el ambiente en donde nos movemos… pueden provocar en nosotros tanto sentimientos de satisfacción como de insatisfacción, tanto de alegría como de frustración. Estos dos sentimientos, si no los sabemos controlar, pueden ser dañinos desde el momento que nos encerramos en nosotros mismos. Esta puede ser la lepra del siglo XXI cuando nos fijamos solamente en el momento presente, en «mi presente», «mi estado», «mis sentimientos» … No salimos de nuestro pequeño mundo, nos auto-limitamos en los proyectos y deseos personales.
No importan las situaciones que nos rodean, sean buenas o malas, lo que importa es no encerrarnos en nosotros mismos, pues provoca la lepra. Si estoy feliz puedo caer en el peligro de permanecer en mi alegría. Si estoy triste tengo el peligro de ahogarme en la soledad. Hay poca importancia, en lo que nos suceda en el momento presente, en las circunstancias actuales; lo que importa es no estar solos.
Pidamos a Cristo la gracia de salir de nosotros mismos, pues estamos hechos para salir al encuentro de los demás; estamos llamados a compartir nuestra alegría. Antes de pensar en mi presente hay que hacer el esfuerzo de formar la conciencia de nuestro presente, pues nunca estamos solos. Salir de nosotros mismos es la gracia que Dios nos da para formar relaciones que nos acompañen en las buenas y en las malas. Es la medicina que Dios nos da.
«El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí: Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones… No es despreciativo el término “multitud”. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor —que se mete en ellas como un pastor en su rebaño— las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento. Quisiera reflexionar con ustedes acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud. La gracia del seguimiento Dice Lucas que las multitudes “lo buscaban” y “lo seguían”, “lo apretujaban”, “lo rodeaban” y “se juntaban para escucharlo”. El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño».
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de abril de 2019).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy buscaré compartir con alguien mi estado de tristeza o felicidad.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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