Vamos a hacer una meditación contemplativa ante el icono de Nuestro Señor Jesucristo el Salvador. Propiamente hablando, vamos a “contemplar”, puesto que la contemplación forma parte de la oración y vamos a tratar de elevarnos mediante de esta bellísima imagen a la unión con Dios Hijo.
La imagen es una mediación que nos acerca, que representa a Jesucristo el Verbo Encarnado. En efecto, la imagen es sólo un medio ; como cuando leemos un libro a través de las palabras escritas, especialmente cuando leemos la Biblia a través de la mediación de las letras escritas en un papel y nos hacen elevar a Dios, así vamos a leer la imagen a través de los símbolos en ella escritos para remontarnos a las verdades de fe que en ella se representan. Decía San Juan Damasceno: “lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen”. Esto prueba que la imagen, -además de la palabra- es otra de las mediaciones que la Iglesia ha escogido desde el principio para que podamos elevarnos a Dios. Dice el Catecismo: “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC 1160).
Dice San Juan Pablo Magno: “Como la lectura de los libros materiales permiten que comprendamos la palabra viva del Señor, así el mostrar las imágenes pintadas permite a aquellos que las contemplan acercarse con su mirada a los misterios de la salvación. Lo que por una parte se expresa con la tinta y el papel, por otra se presenta con los diversos colores y otros materiales (San Teodoro Estudita)” (Carta Duodecimum saeculum n. 10, Cfr. “Escritos Pontificios, blog).
Para facilitar su lectura, daremos como una guía para poder leer los iconos. Nos podemos servir de una estampa bendecida del icono y ponernos frente al Santísimo Sacramento, o también en nuestra casa. La estampa es el medio que nos recuerda y nos transporta al que contemplamos (anamnesis).
¿Como vamos a hacer esta Contemplación? En primer lugar, hagamos bien hecha la Señal de la Cruz, nos pongamos en calma, y podríamos agregar: “perdamos el tiempo” para entrar en la Eternidad. Nos pongamos en la presencia del Dios que se hizo visible en la Persona divina de Jesucristo y que es representado a través del icono. El icono de Cristo es manifestación de su misma presencia, y nos permite llegar a un encuentro místico con el Señor pintado en imagen.
Luego pediremos a la Virgen, la Madre de Dios, que interceda ante el Espíritu Santo, su divino Esposo, para que nos conceda Luz para ver, cada vez con más profundidad a través de los símbolos, ese Rostro de Cristo al cual estamos llamados a unirnos místicamente.
Ante la Imagen de Cristo no necesitamos decir muchas palabras… No nos olvidemos que en el cielo todo será Visión…
Si alguna palabra de la Escritura, o la misma imagen sagrada toca nuestro espíritu de manera especial, no avancemos más adelante, detengámonos a escuchar y a contemplar…
Jesús es la imagen del Padre, Dios de Dios y luz de luz… Hagamos silencio para contemplar su rostro y dejémonos mirar por Él…
A continuación damos una breve introducción que nos servirá también para leer los sucesivos iconos.
Cómo se estructura el rostro de Jesucristo.
Ante todo en la figura completa de Cristo Pantocrator, lo más importante es el Rostro, y del Rostro, la parte más importante son los ojos…
El rostro de Jesucristo, el Pantocrator está dado por 3 círculos concéntricos, que tienen como radio (partiendo del origen de la nariz) 1 nariz, 2 narices, 3 narices, es lo que se llama la teoría de los 3 círculos.
El primer círculo, el “lik” (‘rostro’ en ruso), que se encuentra al centro, donde están los ojos, representa el alma; el segundo círculo, que abarca los cabellos y el volumen de la cabeza, (sede de la sabiduría) representa el cuerpo; ahora bien, el alma y el cuerpo se originan del punto del centro, (la punta del compás) donde está la raíz de la nariz, que es el Espíritu. Este origen es posible solo gracias a una relación: si la relación con el verdadero centro no existe, sino que hay otro centro, no se ve el “nimbo”, que es el tercer círculo, que el uso corriente le ha dado el nombre de “aureola”.
Pero nosotros no decimos aureola sino “nimbo”, porque aureola viene de aureum, que viene del hombre, del anima, de la santidad (que es la interioridad inmanente del hombre). El “nimbo”, en cambio, es la nube que viene de Dios, (como la Nube que guiaba a Israel por el desierto), es la Luz. El nimbo, por tanto, tiene más un sentido de gracia, de don, y no de capacidades personales de imitar como un modelo. (Por eso decimos que el icono no es un arte inmanente, sino que su acento está puesto en la trascendencia).
En segundo lugar veremos las manos: En todos los iconos de Cristo la mano nos habla: El índice es el dedo del hombre y el medio es el dedo de Dios.…(ver imagen derecha), por esto el ángel de la Anunciación tiene estos dos dedos extendidos para indicar: “Dios se hace hombre”(abajo izquierda).
Así en el Pantocrator los dos dedos alzados indican las dos naturalezas, mientras que los otros tres dedos reunidos indican la unidad y la Trinidad de Dios. Cuando tiene el meñique alzado representa sus iniciales IC XC [Jesous Cristos], como se escribe a izquierda y derecha del icono. A veces hace el gesto del orador que azota los dedos cuando tiene algo que decirnos, para llamar nuestra atención[1].
Comienzo de la Meditación
Vamos a concentrarnos en el divino Rostro de Jesucristo el Salvador, como si hiciéramos un “tiro al blanco” a la mirada llena de paz y de amor del divino Salvador que, como Dios que es, conoce hasta lo más profundo de nuestra alma.
No nos olvidemos que la imagen “es recuerdo/memorial, lugar de encuentro de miradas y presencias; es posibilidad de contemplación, (y además) es estímulo para la imitación. En la oración ante una imagen de Cristo o de la Virgen no sólo miramos, sino que nos sentimos mirados por Alguien que nos ama” [2]. Observemos la penetrante mirada de ese Jesús que “me amó y se entregó por mi” (Cf Ga 2,20), recordemos que Él murió por mi salvación… Podemos contemplar también la imagen del Santo Sudario de Torino (abajo).
De este modo, casi imperceptible, estamos entrando al mundo de los símbolos, a la atmósfera de los misterios divinos…
Esta es precisamente la oración ante los iconos: “una forma de “contemplar lo Invisible” (Hb 11,27)”, a través de lo visible, “como dice la liturgia de Navidad, “para que contemplando las cosas visiblemente, seamos transportados al amor de lo invisible”[3].
Leamos el Evangelio de San Juan 14, 1-10
08 Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta».09 Jesús le respondió: «Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen?. El que me ha visto a mi, ha visto al Padre. ¿Como dices: «Muéstranos al Padre?.»
No nos olvidemos que “el icono no es una simple imagen, ni un elemento decorativo, ni siquiera una ilustración de las Sagradas Escrituras. El icono es algo más: Es el equivalente al mensaje evangélico”, [4] pero transcrito en imagen. Como dice el Catecismo: “la iconografía cristiana transcribe mediante la imagen el mensaje evangélico que la Sagrada Escritura transmite mediante la palabra” (CIC 1160). El icono en la Iglesia es uno de los instrumentos para nuestra propia santificación.
La palabra “icono” procede del griego eikon, que significa “imagen” o “retrato”. “Según la teología de las imágenes sagradas, el icono (imagen) original es Cristo, porque en él se junta el proyecto de Dios que hizo al hombre a su imagen y semejanza y su condescendencia divina al asumir con la naturaleza humana nuestra imagen: la creación y la recreación del hombre” [5].
El icono del Salvador que se nos dona a la mirada, es del monasterio serbio de Kilandari, en el Monte Athos. A la derecha vemos el negativo del Santo Sudario de Nuestro Señor, notemos el gran parecido de ambas imágenes. “El icono del Salvador pertenece a la segunda mitad del S. XIII, en pleno fervor de la ortodoxia, de la renovación espiritual, de la invocación del Nombre de Jesús”.
Este icono tiene como título el de “Salvador”, “Soter”, en griego, “Spas” en ruso. Si comparamos la imagen con la palabra o el libro, la pintura tiene una ventaja: desde el principio, y sin intermediarios, “desde la primera mirada, desde el primer encuentro, nos ofrece un conocimiento claro y perfecto de las cosas”, (…) “lo que las palabras relatan, la pintura lo muestra mediante la representación”[6].
“Este icono nos muestra no sólo un nombre, sino una función. Jesús, que significa Salvador. Si miramos atentamente su rostro, veremos como todos sus trazos esenciales nos hablan de su misión. “Salvador” fue el nombre anunciado a José en sueños (Mt 1,21); a María en Nazaret (Lc 1,31); a los pastores por medio de los ángeles en la noche de su nacimiento: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor” (Lc 2,11) [7].
La inscripción del Nombre de Jesús, el Salvador, (arriba) se encuentra en la parte superior del icono, a izquierda y derecha respectivamente con las iniciales griegas IC, Iesous, (izquierda), XC, Cristós (derecha).
Su rostro tiene como modelo arquetípico las facciones del rostro de la sábana santa de Turín (Ver arriba). Dice S. Juan Pablo II a los artistas: “La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza” [8], “Kalokagathía” (καλοκαγαθία) , del griego, kalos kai agathos (καλός καi αγαθός), que significa literalmente bello y bueno, o bello y virtuoso. El icono del “Salvador” del monte Athos, es un rostro viril que nos muestra la belleza y la bondad incomparables de Cristo, una de las más bellas”[9].
San Juan Damasceno nos transmite los rasgos fundamentales, que los grandes iconógrafos del pasado -hombres de profunda contemplación-, delinearon primero en su corazón y en su mente antes de pintarlo en sus tablas: “con las cejas unidas en un arco, con ojos hermosos, la nariz alargada, los cabellos ondulados, el cuerpo flexible, el aspecto juvenil, la barba negra, la carne de color trigueño, como era la de su Madre, los dedos largos”[10].
En su rostro contemplamos también la Majestad del Señor Todopoderoso, (Pantocrator), y la Belleza y Bondad de Cristo Maestro[11]. Contemplemos un poco, dejémonos mirar…
El oro intenso del fondo es símbolo de Dios. A diferencia de los demás colores, que necesitan de luz para ser vistos, el oro, en cambio, que es un mineral con luz propia, es el símbolo de la Luz divina. Este símbolo se muestra de manera especial en el “nimbo”, ya que en él se manifiesta la divina Presencia de Aquel que es la “irradiación luminosa de su gloria e impronta de su substancia”, como dice San Pablo (cfr. Heb 1,3).
La cruz y la inscripción que se dibujan sobre el nimbo, como en todos los iconos de Cristo, indican el título mesiánico y divino de Jesús. La O (omicron), la W (omega) y la N (ni) indican el título mesiánico y divino de Jesús: “Yo soy el que soy” (Ex 3,14).
Su majestuosa cabellera contornea poderosamente su cabeza, sede de la Sabiduría divina, y a la vez “corona sus sienes y hace resaltar su semblante. “Semblante bello con la armonía de su frente ancha y luminosa”. Su nariz fina y alargada, vibra con la potencia del poder divino. Sus cejas arqueadas hacen resaltar sus ojos penetrantes y bondadosos. Su fisonomía evoca la apocalíptica figura del gallardo león de la tribu de Judá que menciona el Apokalipsis: “Él abrirá el libro y sus siete sellos” (Ap 5,5) como lo muestra su mano izquierda sosteniendo el libro, “tabernáculo de la Palabra que contiene sus enseñanzas y sus misterios, la revelación del Padre que él ha venido a traernos, el plan divino de la salvación del mundo por el realizada y de la que sólo él conoce los secretos”.
Los ojos de Jesús: Sus ojos grandes, verdaderas ventanas del alma por donde se puede vislumbrar el fuego del Espíritu que nos invita al mundo espiritual de los misterios divinos, a la unión con el Verbo de Dios. Los ojos, se dice, son los “espejos del alma”, por donde podemos conocer un poco más la fisonomía espiritual de Cristo, son como el límite por donde se funde y se traspasa de lo transitorio a lo Eterno, de lo visible a lo Invisible. Más que el ojo humano, debemos descubrir en Jesús una Mirada, la mirada del mismo Dios que se ha revestido de una carne humana para salvarme; como la mirada al “joven rico” del Evangelio. Su mirada es el sinónimo del “amor primero”, porque me amó antes que yo me convirtiera a Él, me miró, (podríamos agregar) antes que yo lo mirara, “me amó y se entregó por mi” (Ga 2,20).
El Salvador que estamos contemplando, es un Cristo en plenitud, vigoroso, que ni siquiera tiene el color de la carne terrenal, sino la tez pálida de Aquel que ya ha vencido la muerte, lleno de luz, transfigurado. Todo el rostro de Cristo es luminoso, irradia luz desde adentro, (ningún icono tiene un foco de luz externa). Él es el único que puede decir: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn,1,5). “Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz, (dice San Juan Pablo Magno). No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. (…) “respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en “lux mundi, la luz del mundo“[12]. “el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). “Luz que brilla en las tinieblas” (cf. Jn 1,5). “Todos los misterios se resumen y se reflejan en el rostro de Cristo, belleza esplendorosa de Dios y belleza humana sin igual”[13].
Como sus narices vibrantes, también su cuello inflado que desciende de ambas orejas, son el símbolo del soplo divino, que espira el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.
Los labios de Jesús, son labios viriles, sin ningún asomo de sensualidad. Así como los ojos son espejo del alma, los labios manifiestan la fisonomía de una persona. Sus labios manifiestan la inmensa Bondad y Misericordia del Dios hecho hombre, verdadero hombre, que no vino “para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).
En las orejas de Jesús, no debemos ver tanto unas orejas humanas, sino más bien oídos abiertos, enfrentados hacia el hombre, atentos para escuchar las súplicas del que golpea con fe la Puerta del que dijo: “golpead y se os abrirá”. O con el salmista: “Escúchame cuando te invoco, Dios, defensor mío; tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración” (Sal 4).
Su barba rabínica cubre sus mejillas y acentúa aún más su carácter de Maestro y Señor de la ley, al modo como se representaban a los antiguos filósofos.
El doble color de la vestimenta –rojo y azul-, simboliza la doble naturaleza divina y humana en la unidad de la Persona divina. Como bien dice bellamente el P. Alfredo Sáenz: “El iconógrafo es un teólogo con el pincel en la mano, disponiendo de colores para proponer la doctrina”[14].
Según Egon Sendler, El rojo representa la humanidad de Cristo, y el azul su divinidad. Como decía Dionisio el Areopagita, el rojo es “incandescencia” y “actividad”[15]. En la terminología hebraica el rojo es la “sangre” (dam), y la sangre, para el pensamiento hebreo es el equivalente a “vida”, (en este sentido puede significar la vida [naturaleza] humana de Jesús).
También “la capa (roja) que ponen sobre sus espaldas en la pasión (Mt 27,28), que significa la vida que el Salvador lleva a los hombres con la efusión de su sangre. Quizá encontramos aquí –dice Sendler- una clave para la vestimenta roja del Pantocrátor[16].
El azul oscuro del manto del Pantocrátor (himátion), –siguiendo a Sendler-, representa la divinidad (“el misterio de la vida divina”). Sendler, siguiendo al Aeropagita, dice del azul:
“Dionisio lo llamaba “el misterio de los seres”, “carácter misterioso”. “Es el color de la trascendencia en relación a todo lo que es terrestre y sensible: en efecto, entre todos los colores la irradiación del azul es la menos sensible y la más espiritual”[17], “produce una impresión de profundidad y de calma, da la ilusión de un mundo irreal, sin pesantez. En la imagen (siempre) el azul se va para atrás y permanece pasivo”, (se podría decir que es el color más humilde, se usa también para la Virgen), (…). “En Egipto era el emblema de la inmortalidad”; (…). El Antiguo Testamento conocía una sola tinta de azul: el azul jacinto”,…“que recordaba con su color el cielo, la casa de Dios”. (…). En la iconografía, encontramos el azul oscuro sobretodo en el manto del Pantocrátor (himátion), como también en los vestidos de la Virgen (kitón) y de los apóstoles”. (También) “el centro de la aureola de la Transfiguración está pintado en azul oscuro… (Cfr. Fig. 06). A pesar de la ausencia de fuentes para el simbolismo de este color, se puede afirmar que en este ambiente cultural significa el misterio de la vida divina”[18].
Hemos dicho algo; pero siempre falta algo por decir. Es el misterio de los iconos: una ventana abierta al misterio. Porque el artista que lo realizó está conectado con el misterio, con la Tradición de la Iglesia, con la Sagradas Escrituras. El icono no se hace tan“obvio”, como un relato histórico, más que un relato histórico, es un retrato de la vida del cielo, por tanto hay que ver al icono con ojos de fe, como leyendo las Sagradas Escrituras a través de la imagen. Y dentro de lo que se muestra hay cosas que no se pueden explicar con palabras…, sino a través de la visión parcial, que en el cielo será eterna: allí veremos “cara a cara” al Salvador, porque en el cielo, -como gustan decir los iconógrafos-, todo será visión…
Aquí lo vemos como verdadero Pastor de las ovejas, lleno de bondad y belleza. Escuchémoslo…! Porque nos dice:
“No se turbe vuestro corazón, ni tengáis temor” (Jn 14,28);
“Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33);
“El que me ha visto a mi, ha visto al Padre” (Jn 14,9).
[1] P. Orlando, Apuntes tomados de su Curso de iconografía, dictado en la Institución Russia Ecumenica, Roma, Italia, año 1999.
[2] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…
[3] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos. Los misterios de Cristo en el año litúrgico. Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona,1993, 22.
[4]L. USPENSKY, Teología del icono, Ed. Sígueme, Salamanca, 2013, 27.
[5] J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 171.
[6] P. A. Sáenz, El Icono, esplendor de lo sagrado, Ed. Gladius 1991, 323.
[7] Cfr. J. CASTELLANO, Oración ante los iconos…, 172.
[8] Así “lo habían comprendido acertadamente los griegos que, uniendo los dos conceptos, acuñaron una palabra que comprende a ambos: “Kalokagathia”, es decir, “belleza-bondad”. Papa Juan Pablo II, Carta del Santo Padre Juan Pablo II a los Artistas, 9.
[9] Es también muy parecida a la imagen del Cristo del Sinaí, del siglo VI, que se encuentra en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, como podemos observar. Como también semejante al hermosísimo mosaico de Santa Sofía de Constantinopla, también de la segunda mitad del siglo XIII. “Tiene, pues, la majestad hierática de un icono griego-bizantino, pero con la dulzura que lo acerca a los rostros de Cristo de la pintura rusa, sin llegar al patético rostro del Cristo Salvador de san Andrej Roublëv”. Cfr. J. CASTELLANO, Oración…, 172.
[10] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[11] Cfr. J. CASTELLANO,…172.
[12] S. Juan Pablo II, Misa de ordenación episcopal de diez presbíteros, en la Solemnidad de Epifanía, Domingo 06.01.22001.
[13] J.CASTELLANO, Oración…171.
[14] P. A. SÁENZ, El icono,…, 228.
[15] DIONIGI L’AREOPAGITA, De caelesti hierarchia (Sources chrétiennes, n. 58), Cerf, Parigi 1958, -Citado por EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile, S. Paolo, 1983, cfr. Op. Cit.,147.
[16] Cfr. EGON SENDLER, L’Icona…, 147.
[17] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,… 146.
[18] EGON SENDLER, L’Icona, immagine dell’invisibile,…147.
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